Ideas para reducir la huella de carbono si vives en la ciudad
¿Cómo originamos nuestra huella de carbono?
Es evidente que si comparamos una ciudad con un pueblo de menor tamaño y número de habitantes, la ciudad va a ser responsable de una cantidad mucho mayor de emisiones. Dichas ciudades son la fuente del 70 % del CO2, todo esto sin contar con las emisiones que se derivan del consumo de productos o servicios. Y es que las emisiones pueden ser por la producción —si se trata de localizaciones con un gran número de industrias— o por consumo.
Al principio se creía que las emisiones habían descendido en aquellas ciudades pertenecientes al grupo de las consumidoras. La realidad es que, tras registrar las emisiones derivadas del consumo, su huella de carbono había aumentado. Por lo tanto, la contaminación de estas ciudades está a la par de sus equivalentes productoras.
Como ya hemos dicho, la huella de carbono surge de las emisiones de gases que desprendemos, de manera consciente o inconsciente, al realizar una serie de actividades. ¡Seguro que algunos ejemplos te sorprenderán!
Dejando a un lado la actividad de grandes empresas, en este artículo nos centraremos en la emisión de gases a pequeña escala, al origen de nuestra huella de carbono particular. ¿Cómo la generamos? Un ciudadano medio puede emitir gases de efecto invernadero de manera directa o indirecta. Por ejemplo, cada vez que utilizamos aparatos eléctricos —como ordenadores— o nos duchamos con agua caliente, y gastamos electricidad o gas natural, estamos incidiendo en la emisión de gases de efecto invernadero.
Del mismo modo, cuando nos servimos de nuestro coche particular o, incluso si viajamos en avión, somos responsables del aumento de gases aislantes en la atmósfera. Todas estas emisiones tiene un carácter más o menos directo, no resulta difícil ver la conexión, la consecuencia.
Aquí es cuando se pone interesante: somos responsables de manera indirecta de todas las emisiones que se han llevado a cabo durante el ciclo de vida de todos los productos que utilizamos —obtener las materias primas, elaborarlo, distribuirlo, usarlo y gestionarlo una vez desechado—.
Esta responsabilidad también se extiende a nuestra alimentación. Si consumimos mucha carne o alimentos que no son de temporada, también nos hacemos responsables de todos los gases que se han emitido durante su producción y transporte.
¿Cómo podemos reducir nuestro impacto en la atmósfera?
Por suerte, contamos con una serie de pasos que nos ayudarán a reducir de sobremanera nuestra huella de carbono y, de ese modo, proteger el medioambiente y luchar contra el calentamiento global.
Las tres «erres»:
- Reducir la compra y el uso de productos en la medida de lo posible.
- Reutilizar aquello que compremos lo máximo posible antes de tirarlo.
- Reciclar todos los desechos posibles producidos en el día a día.
Ahorrar energía, sobre todo si su fuente son combustibles fósiles. Para lograr este objetivo podemos usar dispositivos energéticamente eficientes, aislar nuestra vivienda para no depender de la calefacción ni del aire acondicionado y servirnos de energías renovables.
Evitar el uso del coche y del avión. De esta forma, utilizando el transporte público, la bici o, directamente, ir andando, viajaremos de manera más respetuosa con el medio ambiente y reduciremos nuestra huella de carbono.
Consumir productos locales y de temporada, sobre todo vegetales. Aquí entra en juego el concepto de «food miles» —medida del impacto medioambiental de transportar la comida—.
Reducir nuestro consumo de carne.
Utilizar menos papel.
Llevar con nosotros nuestra propia bolsa a la hora de realizar la compra.
Tener nuestro propio jardín con árboles endémicos. La vegetación captará el CO2 para realizar la fotosíntesis.
En conclusión, hay una gran cantidad de medidas sencillas que pueden ayudarnos a reducir la huella de carbono de nuestras actividades cotidianas. Un pequeño cambio en nuestras costumbres puede suponer una gran diferencia para el bienestar del medioambiente.